El equipo de gobierno del Ayuntamiento de Castellón tuvo a bien encargarme (como lo hiciera meses atrás con la Cavalcada del Pregó) un informe para declarar Bien de Interés Cultural (BIC) la Romeria de la Magdalena y la procesión de retorno con la presencia de las gaiatas. Sin duda son estimables empeños, porque se trata de dos cuestiones que van mucho más lejos del propósito festivo, llegando a ser referentes de cultura, tradición, historia, e incluso imaginativa iconografía.

Pocos pueblos pueden presumir de tener unas fiestas con un arraigo histórico de tal antigüedad. Sabido es que la primera romería a la Magdalena está fechada en 1375 y que tuvo un carácter penitencial, el cual fue sustituido en el siglo XVIII por un espíritu conmemorativo con el objeto de recordar la fundación de la villa, llevando a cabo una peregrinación al castillo de sus orígenes. Esta caminata está en la génesis de cultura grecolatina y encontraría su origen en los desfiles a las acrópolis (los lares de los primitivos moradores de las polis griegas) que ya llevaban a cabo los helenos. Bien la particularizó Bernat Artola al mencionarla como “rabassa maternal”.

Ya en 1730, la romería al cerro fundacional, aparece documentalmente definida con tal objetivo, al tiempo que también se hace referencia a las gaiatas, símbolos de luz cuya antigüedad tampoco tiene parangón en ninguna de las fiestas de la geografía mediterránea. Bien, pues, haya este reconocimiento que supone la declaración de BIC, sobre todo si logra afianzar un monumento genuino e individualizado de nuestro pueblo, al que, sin duda, le hace falta una mayor consolidación de calidad y plasticidad y un más reforzado prestigio. H