En esta columna hemos insistido en la importancia de la educación, en la construcción de una cultura democrática sin la que no puede haber una convivencia entre iguales. Sin embargo, allí donde gobiernan las coaliciones de ultraderecha quieren aplicar ahora un veto a la educación en valores democráticos, como el respeto, la igual dignidad de las personas o la tolerancia activa hacia los diferentes, ya sea por cuestiones de sexo, religión o economía. No solo van contra la Constitución, sino contra los más elementales principios morales. Para no hablar de veto, censura, adoctrinamiento, etc., le han llamado pin parental, aunque más se parece a una clavija mental.

Existe una competencia feroz por el liderazgo de la intransigencia y el totalitarismo. A ver quién dice la necedad más grande: que se imparten clases de zoofilia, que quieren convertir a los niños en hijos de la revolución como en Cuba. Abogan por la libertad de los padres, pero no dicen que por libertad entienden solo la suya. Les da igual que sus hijos aprendan a pensar por sí mismos, a respetar a los demás. Solo ellos tienen derecho a educar a sus hijos, aunque esto signifique perpetuar el machismo, el racismo o la aporofobia. Efectivamente, ningún político, gobierno u oposición, puede dar lecciones sobre principios morales. A partir de la Declaración Universal de Derechos humanos es muy fácil distinguir entre educar y adoctrinar. Esta es la altura moral de nuestra sociedad y la fuente de legitimidad para toda democracia. Caminar por debajo de este listón es socavar la convivencia.

*Catedrático de Ética