Ayer buena parte del orbe católico --y no solo de él-- celebraba la festividad de San Valentín, un personaje real y legendario, a la vez; sacerdote y médico, que, en la clandestinidad, casaba a los soldados romanos por cuyo motivo fue martirizado y convertido en patrono de los enamorados. En España adquirió popularidad en el siglo XX. En muchos otros países, sobre todo americanos, se celebra bajo el lema del Día del Amor y la Amistad, sin que estén ausentes los regalos.

Pero, ¿qué queda el día después de San Valentín? Somos muy dados a las celebraciones, que, generalmente, tienen una vida efímera. Y si se trata de cuestiones como el amor, el olvido puede ser su acompañante. Sin embargo, el amor, en su más prístino sentido, es un valor que infunde paz y alegría, pese al dolor que pueda causar porque ambos suelen ir unidos, y soportarlos es una virtud. Si el mundo tuviera más amor el dolor sería más llevadero. Pero el amor no es vulgar mojigatería, sino algo más serio que debería presidir la existencia total. Incluso en el mundo empresarial, tan dado al materialismo, el amor encuentra su aplicación. No habrá auténtico progreso en la sociedad si situamos la tecnología por encima de las personas. El amor renovando el trabajo (título de un exitoso curso brasileño) no es una utopía, sino una realidad. El amor es un perfume que cuando se esparce su aroma lo inunda todo.

*Profesor