Seguimos con la incertidumbre política, no sabemos quién ni cómo nos gobernará, pero lo que es seguro es que vamos a continuar escuchando todo tipo de discursos políticos, que en el fondo siempre dicen lo mismo, nada.

Bonitas palabras dedicadas al público de cada cual, que las recibe: con excepticismo los que cuestionan las cosas o con entusiasmo los que siguen ciegamente a sus líderes.

Hay referencias comunes. Hablan del bienestar ciudadano, del servicio público, de lo mucho que trabajan y se dicen progresistas aunque sean de lo más rancio. Todos luchan contra la corrupción, afirman ser íntegros, pero tienen elementos corruptos. Dicen ser tolerantes y dialogantes, pero son incapaces de pactar lo que no les conviene. Hablan de responsabilidades y en vez de asumirlas echan balones fuera. Los debates que deberían ser serios se convierten en verbenas de telebasura, mandan los golpes de márketing, se manipulan emociones y se exalta la histeria colectiva.

Todos los que mandaron prometen lo que no hicieron y los que no han mandado todavía prometen lo que no pueden hacer a sabiendas de que mienten.

Mientras, nos hartamos de escuchar palabras como pueblo (para usarlo), solidaridad (con ellos), democracia (si me votan), futuro (el suyo), igualdad (ninguna), confianza (de tontos), transparencia (no se ve), libertad (ja,ja), valores (los que no tienen), educación (manipulada), impuestos (siempre suben), conyuntura (mala), prosperidad (de los míos), realidad (ficticia), ciudadano (si se me vota), dignidad (poca) y más y más.

Paren de hablar y a trabajar de una vez. H