España, a nivel económico, va bien; la recuperación es una realidad. Los esfuerzos de casi todos, personales, familiares y empresariales, están dando sus frutos. Las reformas económicas y laborales, aunque a muchos no nos han gustado, están funcionando, el paro disminuye, la economía crece. El FMI revisa el alza las previsiones de crecimiento de España, mientras rebaja las de la economía mundial y algunas europeas. Hay temas pendientes como la muy necesaria reforma administrativa, cuadrar las finanzas públicas y controlar el crecimiento de la deuda pública.

Pero toda esta inercia positiva peligra y mucho. Es incompatible con la incertidumbre política o con la llegada al poder de la ultraizquierda radical con su intervencionismo y el aumento incontrolado del gasto público o de los independentistas con su fraccionamiento del Estado. Políticas que vimos apuntar hace unos años y nos llevaron a una crisis que casi nos cuesta el ser intervenidos. Supone la huida de inversiones internacionales, el crecimiento del paro y el encarecimiento del crédito y nos llevara a la ruina. Hace falta sensatez, un gobierno estable con las mayorías más amplias posibles y con racionalidad económica que consolide el empleo. La política no debe ser un obstáculo para la recuperación. Todo puede salir bien o todo mal, si triunfa la mezquinidad y el cortoplacismo. Los buenos políticos tienen altura de miras y como objetivo el bienestar del país y el de sus conciudadanos y no el cargo, las prevendas o el sueldo. Si es necesario se sacrifican. La cuestión es: ¿tenemos de estos en España? H