El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, anunció el pasado jueves su intención de incrementar los estímulos económicos para favorecer el crecimiento mediante la inyección de mayor liquidez monetaria en el sistema. La medida está motivada por los crecientes riesgos de una nueva ralentización fruto de la crisis de una economía china incapaz de mantener su modelo económico actual, del precio del petróleo situado en niveles del 2004, y de la desaceleración de alguna de las economías catalogadas como emergentes.

Era la medida que esperaban los mercados pero que, desde luego, no va a solucionar los problemas de la economía europea, mucho más profundos y de mayor calado. El problema no es de liquidez. Desde marzo del 2015, el BCE inyecta 60.000 millones de euros mensuales en la eurozona y esta medida no ha tenido el efecto deseado sobre el crecimiento y la generación de empleo. Esto se debe a que nos encontramos en un escenario de exceso de oferta de liquidez sobre la que no existe suficiente demanda, no hay inversiones, escasea el crédito solvente y el consumo privado no repunta fruto de unas tasas de paro elevadas y una renta disponible menguante. Por tanto, incrementar la liquidez no es la solución; es una medida que facilita acometer con mejores garantías las reformas estructurales que, por supuesto, deben afrontarse desde los diferentes estados y que han de ir encaminadas a adecuar la capacidad productiva a la demanda real y, de manera urgente, a incrementar la renta disponible de empresas y familias reducida, entre otras cosas, por una elevada presión fiscal.

A menudo olvidamos que la política monetaria es siempre una herramienta al servicio de políticas estructurales. H