La frase «Castelló, carabasses al balcó» identificaba mucho el carácter agrario de la ciudad de hace algo menos de un siglo hacia atrás, como bien refiere el buen amigo Toni de Cuc (Toni Rodrigo) en un entrañable y entretenido libro de ese título. Pero la calabaza en su concepción anfibológica es una palabra con un significado disémico (esto es, doble y contrapuesto). De una parte resulta deliciosa a quien la recibe condimentada, pero muy ingrata a quien se la dan con un propósito de repudio.

En efecto, ¿quién no ha oído decir esa frase de «dar calabazas»? El origen de esa propiedad de exclusión que tiene la cucurbitácea, viene de la facultad inhibidora del deseo carnal de sus pepitas, según señalaban en sus textos los padres de la iglesia del inicio del medievo, quienes recomendaban su uso por aquellos que querían vivir en una situación de celibato. De ahí viene el que muy pronto se significara como una locución de desinterés a una proposición de noviazgo. Por ende la expresión también hizo fortuna en el ámbito estudiantil, cuando un alumno era suspendido. Es decir era rechazado del grupo de los que habían superado las pruebas académicas.

Yo que, por mi edad, ya estoy muy lejos de ese doble significado de exclusión, acepto la calabaza como postre asadita y con azúcar, con el arroz al horno, o cualquier otro plato, al que aporte su dulzón sabor.

*Cronista oficial de Castellón