En el año del Señor de 1451, reinando Alfonso V de Aragón, aparece en el cerro del Castell Vell un ermitaño procedente del monasterio de Santes Creus quien, haciendo uso del más amplio y bajo aljibe de la derruida fortaleza, comienza a edificar una ermita a la advocación de Santa María Magdalena, cuyo fervor estaba muy extendido por las tierras de reconquista de la Corona de Aragón. Este aljibe de origen islámico, como lo patentizan los arcos de herradura que dividen sus dos naves, iba a constituir el núcleo de la iglesia, rematada en dos altares, uno dedicado a la santa titular y otro a san Bernardo, el impulsor de la orden del cister a la que pertenecía el eremita. La torre aneja del albacar constituiría el campanario. Dos años estuvo trabajando en el altozano el frare barbut, de nombre Antonio, sin concluir la obra emprendida, desapareciendo a renglón seguido.

El «consell» municipal, que tenía especial afecto al lugar y veía con simpatía la edificación del pequeño templo, escribe en 1453 al obispo de Tortosa y al arzobispo de Tarragona, solicitándoles indulgencias para recolectar dinero, a fin de poder terminar la capilla. Y en la misma línea hace lo propio acerca del abad de Santes Creus, rogándole que hiciera volver al monje cuyo carisma auspiciaba la construcción. El cisterciano acató la orden de su prior, tornando a Castellón y rematando en 1456 la edificación. En 1455 otro monje, Juan Cocorella, construye el pórtico carpanel y posteriormente, en 1476, se edifica la celda para el ermitaño y un establo para las caballerías, pues ese año hubo grandes lluvias.

*Cronista oficial de Castellón