La semana anterior hablamos de la importancia de la ciudad, de cómo se ha convertido en uno de los actores clave en el actual escenario global. Vivimos en un planeta urbanizado, la mayoría de su población habita en ciudades. En su interior nos socializamos y obtenemos los recursos para sobrevivir y para intentar llevar una vida digna de ser vivida. ¿Pueden tener ética las ciudades? La tienen, les guste o no. Por supuesto que las ciudades no piensan ni actúan por sí mismas. Pero sí lo hace la voluntad de sus ciudadanos y gobernantes. Al igual que decimos que las personas tienen un carácter o ética, fruto de cómo han aprovechado sus capacidades y oportunidades, también decimos de las ciudades que tienen una ética, una forma de ser y hacer que las distingue de las demás, que las hace singulares. Este carácter es el fruto de las decisiones y actuaciones realizadas, tanto hoy como en el pasado. Desde ahí se van construyendo tanto su reputación como la confianza que nos merecen. Hablamos así de ciudades dormitorio, abiertas, inteligentes, hospitalarias, tradicionales, etc. Ciudades donde querer vivir o, si pudiéramos, salir corriendo.

Esta ética no se inventa, está en el corazón de quienes habitan la ciudad. Un ejemplo. ¿Qué calificativo otorgarían a una ciudad que aparece en el mapa porque decenas de miles de jóvenes la visitan para divertirse, ocupando, previo pago, sus playas y lugares públicos, desplazando a sus vecinos, quienes deben soportar este agravio sin que nadie les haya preguntado su opinión, sin que sepan qué beneficios recibe a cambio su querida ciudad?

*Catedrático de Ética