Algunos lectores de esta columna han insistido en que volvamos a la diferencia entre educar y adoctrinar. Todo sea para responder a la insoportable manipulación de los que hablan del veto parental y acusan a los demás de adoctrinar. Hablar de mínimos y máximos morales nos permitirá avanzar.

Vivimos en sociedades pluralistas y ya no hay marcha atrás. Esto significa que somos capaces de convivir en una misma sociedad gentes con diferentes proyectos de felicidad, ideales de vida buena, creencias, etc. Esto es, ciudadanos con diferentes ideales morales. Lo contrario serían sociedades autoritarias, en el sentido en que el estado impone una cosmovisión, sea religiosa o política. Ya hemos tenido muchos años de dictadura para reconocer la falta de libertad de vetos y coacciones.

Pero pluralismo no significa que no haya nada en común. Esta convivencia es posible porque compartimos unos mínimos morales, que todos estamos obligados a seguir porque son imprescindibles. Estos mínimos morales son innegociables y deben ser obligatorios en todo proceso educativo al ser exigibles a toda persona. La profesora Adela Cortina denomina ética cívica a estos mínimos morales: valores como libertad, igualdad y solidaridad, normas como los derechos humanos y la actitud de respeto y tolerancia activa. Al mismo tiempo también poseemos nuestra idea de la felicidad y nuestras creencias religiosas, nuestros deseos e intereses. Estos máximos morales no se pueden exigir. Esto sería adoctrinar. No podemos obligar a nadie a ser feliz a nuestra manera. Una sociedad en la que un grupo impone a los demás cómo pensar y sentir es una sociedad totalitaria.

*Catedrático de Ética