El ministro Wert confirmó lo que ya sabíamos: las críticas a la universidad pública forman parte de una política sistemática de destrucción de lo público para convertirlo en un mercado, donde solo quienes más tienen pueden entrar. Pero le salió el tiro por la culata. Como indican todos los índices internacionales, y a pesar de los paupérrimos presupuestos, tenemos buenas universidades públicas.

Pero «buena» también tiene un sentido ético. Una buena universidad es aquella capaz de seguir unos valores, de autorregularse e introducir la transparencia y la participación como claves de su gobierno. Ya tenemos un código ético, ahora debemos elegir una comisión de ética en el claustro que se encargue de su seguimiento y control, formada por estudiantes, personal administrativo y profesorado, de forma paritaria y con idéntico poder.

Pero aún nos quedan dos piezas más para cumplir con las exigencias mínimas de una infraestructura ética. En primer lugar, una línea ética de alertas, sugerencias y denuncias que, de forma confidencial, permita la participación de todos en el seguimiento y cumplimiento del código ético, así como en la denuncia de malas prácticas. Y, por último, una memoria anual que informe a toda la sociedad de lo que hemos sido capaces de hacer. Por supuesto, siempre verificada externamente.

Con estos instrumentos de gestión nos dotamos de una base sólida para ser una buena universidad pública, una universidad responsable ante la sociedad. Una universidad de la que nos podamos sentir orgullosos.

*Catedrático de Ética