Entendemos por responsabilidad la capacidad de responder, de dar razones ante la sociedad de lo que hacemos o dejamos de hacer tanto como periodistas, como de sus empresas, así como de la gestión de las redes, hoy en día convertidas en el canal informativo más importante. Esta capacidad constituye un crédito en el que depositan su confianza los telespectadores, oyentes, lectores o internautas. No ser capaz de responder de las expectativas levantadas implica perder credibilidad y pasar a la categoría de medio no-fiable, esto es, perder prestigio y reputación.

Averiguar en qué consiste esta responsabilidad es relativamente fácil. Solo tenemos que preguntarnos qué esperamos cuando compramos un periódico, sintonizamos una emisora, vemos un programa de televisión o navegamos por la red buscando información. Estas expectativas conforman un saber moral que conocemos «siempre ya», aunque de forma intuitiva.

TODOS esperamos que nos digan la verdad, que no nos mientan o manipulen, que nos respeten como personas. Si lo consiguen, seguimos estos medios y nos informamos. Después compartimos con los demás y establecemos lo que se llama opinión pública. Esta opinión de un público sobre cosas públicas y expresadas públicamente, es la base de la democracia. Sencillamente porque la elección de nuestros representantes requiere de un conocimiento, de un debate, de una opinión. Pero, piensen, ¿es lo mismo la opinión pública y la opinión publicada? ¿Dónde está la diferencia?

*Catedrático de Ética