Desde los pasados 90 vivimos en un imparable proceso de globalización. Estamos en una época donde los problemas y las soluciones ya no se limitan a las fronteras del estado nación. En un país se contamina más o menos, pero las consecuencias del cambio climático nos afectan a todos. La miseria puede estar cerca o lejos, pero las migraciones nos involucran. También las guerras que ayudamos a mantener vendiendo armas. Para enfrentarnos al actual desorden mundial, del que siempre se benefician los que más tienen, necesitamos dos estructuras democráticas complementarias.

En primer lugar, democracias supranacionales. Europa, en nuestro caso. Hay que estar ciego para no ver la actual lucha entre Europa, Estados Unidos, China y Rusia. Entre ellos, solo Europa sigue defendiendo los derechos políticos, sociales y económicos, aunque lo haga bien o mal. Debemos ir a votar, no solo para defender nuestros intereses, que también, sino para preservar unos derechos, a la igualdad y al trabajo digno, por ejemplo, que en otras zonas no existen. En segundo lugar, democracias locales. Pensar globalmente y actuar localmente. Este es un lema que debe orientarnos al ir a votar. Una ciudad puede firmar un manifiesto contra el cambio climático, pero también puede rechazar la licencia de actividad económica a una empresa o establecer políticas de empleo o medioambientales. La ciudad es la mayor apuesta de futuro, siempre y cuando sepamos hacia dónde queremos ir. Los representantes políticos tienen que gestionar este camino, pero no decidir por nosotros.

*Catedrático de Ética