Nació dos años después de Manuel Jalón, el creador de la fregona y la jeringuilla desechable. Ha pasado por una guerra civil y aún recuerda cómo su padre iba al alcalde de su ciudad natal, Alcanar (Tarragona), a pedirle que no le llevara a su casa a tantos refugiados que huían de Madrid. No olvida cuando su madre le contaba que, en tiempos del cólera, los carros tirados por caballos avanzaban lentamente, en fila india, para trasladar en soledad a los muertos por aquella gran pandemia al cementerio. Sin embargo, la vinarocense Conchita Reverter nunca hubiera podido pensar que una crisis como la del coronavirus la encerraría en casa, una auténtica condena para una mujer de 92 años, inquieta, a la que nada ni nadie había conseguido, hasta ahora, dejar un día sin salir a la calle.

Pese a ello, no hay mal que por bien no venga y el pasado viernes, cuando sus dedos empiezan a rozar ya el siglo de vida, vivió una auténtica experiencia religiosa que la ha fascinado.

«Mi rutina de cada tarde es arreglarme, ir a misa y tomar el café con mis amigas y, hasta hace unos días, no podía imaginarme que pudiera cambiar de forma tan radical», explica. El viernes, sobre las 15.00 horas, el teléfono sonó. Era su hija que le explicaba que la diócesis de Tortosa (a la que pertenece Vinaròs) había suspendido todas las eucaristías y, como la de Segorbe-Castellón, dispensaba de la obligación de acudir a misa los domingos y demás días de precepto. «Me dijo que tenía una solución para ello, pues la podría ver por internet y me rogó que no saliera de casa, porque soy persona de riesgo dada mi edad, pese a que, por suerte, no tengo patologías previas», relata.

Web www.magnificat.tv

Dicho y hecho, a las 19.00 horas, momento en que se inicia el sacramento cada tarde en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, se conectó a www.magnificat.tv. «Es una maravilla. Lo hacen tan bien como mosén Emilio Vinaixa y se oye como si estuviera allí mismo». «Yo rezo como si mi comedor fuera la capilla -donde se celebran los oficios de diario— y, pese al encierro, me siento reconfortada», valora aún sorprendida por todo lo que le puede ofrecer internet, «algo de lo que oigo hablar todos los días y que veo como entretiene a mi nieto de tres años, pero que no sé bien qué es. Solo alcanzo a tener claro que allí está todo y, ahora, lo he comprobado de una forma directa».

«Pensar que no podría ir a orar por mi familia, y más en este momento, me atormentaba y, gracias a internet, estoy contenta. El viernes rogamos para que el coronavirus deje de causar tantos problemas en todo el mundo», indica. Y añade que, como no hay mal que por bien no venga, esta crisis le ha servido para aprender «y para convivir con los míos de nuevo durante unos días, cuidándonos los unos a los otros y sin salir».

Oficios 2.0

Su intención es seguir viendo las misas on line «todas las tardes» y, cuando la alerta por el coronavirus se acabe, no descarta compaginar este tipo de oficios 2.0 con sus obligaciones diarias, en vivo y en directo. Ahora, solo le falta el café vespertino con su grupo de amigas. «Lo sustituiré por una llamada telefónica, que esto sí que lo domino más», apunta con humor. Desde el fijo, eso sí, que los móviles son, de momento, para ella, harina de otro costal.

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