Esta semana ha sido grande para la provincia: fallas en Burriana, Benicarló, la Vall d’Uixó y Almenara, amén de las de la vecina València. Ingenio, fuego y celebración en honor a Sant Josep y de origen artesanal, según dicen. Hoy, las fallas, junto a su indiscutible valor estético, muestran el ingenio de sus autores con críticas certeras a personajes, con ironía y gracia. Es toda una filosofía festiva. A ello se une la pólvora, la música y siempre el humor. Y, además, la gastronomía festiva, como los deliciosos bunyols de calabaza y chocolate. Todo envuelto en una sinfonía del ruido como es la mascletà.

Pero, no bien terminado el fuego purificador y desaparecidas las pavesas en el cielo, otra gran fiesta, la Magdalena -también de interés turístico internacional como las fallas-, comienza a inundar las calles de la capital castellonense no con fuego, sino con luz brillante emanada de sus gaiatas, definidas como «un esclat de llum/sense foc ni fum» como dijo certeramente en el lejano 1945 Antonio Pascual Felip. Conmemora esta fiesta el traslado del cerro de la Magdalena en 1251 al llano en tiempo cuaresmal.

El Pregó anunciador, la Romeria de les Canyes, la visita a la ermita, la Nit mágica, la ofrenda, los desfiles, la música, la pirotecnia, el Mesón, los miles de espectáculos callejeros, etc. dejan al descubierto ese orgull de genealogía, que conforma nuestra identidad.

*Profesor