Hace unos 100 millones de años, las garrapatas ya chupaban la sangre a los dinosaurios para comer. Lo dice un artículo publicado en la prestigiosa revista Nature Communications por un equipo internacional en el que participa el profesor David Peris, del departamento de Ciencias Agrarias y del Medio Natural de la UJI, junto con investigadores del Instituto Geológico y Minero de España (IGME) --de donde procede el autor principal, Enrique Peñalver--; la Universidad de Oxford (Reino Unido), el Museo Americano de Historia Natural (Nueva York, EEUU), la Complutense de Madrid y Universidad de Barcelona.

El nuevo trabajo se basa en unas piezas de ámbar birmano del Cretácico que ofrecen una ventana abierta para acercarse al mundo de los dinosaurios con plumas, y que contienen una garrapata fósil —un ejemplar de Cornupalpatum burmanicum, especie extinguida— pegada a la pluma de un dinosaurio terópodo que evolucionó hacia el linaje de las aves modernas al final del Cretácico.

«Este descubrimiento es muy significativo, porque es difícil encontrar fósiles de parásitos chupadores de sangre con los restos de su huésped, y porque es el especimen más antiguo conocido hasta ahora que testimonie esta relación», señala Peñalver como autor principal.

Y si alguien piensa en que se pueda sacar algo de ADN de la sangre de la garrapata fosilizada, recordando escenas de Parque Jurásico, no hay «nada que hacer» según los investigadores, que, en otra de las piezas de ámbar birmano hallaron otra garrapata hinchada de sangre de una familia próxima a la primera, que obedece al nombre de Deinocroton draculi, o terrible garrapata de Drácula, y es ocho veces mayor que los ejemplares sin sangre. Los dinosaurios se extinguieron de la Tierra, las garrapatas siguen aquí.

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