Todavía uno recuerda el reciente sabor de las dulces monas, repostería pascual de la que hace un par de días dimos buena cuenta en nuestra provincia. Terminó la Pascua de Resurrección y el mismo día, domingo y lunes, el pueblo llano y el no tan llano, mayores y especialmente niños, se deleitaron con la presencia de ese exquisito y típico bollo, relleno de dulces de diversos colores, salpicado de diminutos granos azucarados o, en otra modalidad, portador de longaniza y huevos duros, pintados o naturales; producto que, al parecer, nos legaron los moros de nuestras tierras con el nombre árabe de munna, mona, y que los cristianos degustaron sin recato y luego, para tranquilizar su conciencia, adornaron con tiras de pasta en forma de cruz.

Los huevos, que rompían los niños en la frente de las niñas, como en un ritual de fertilidad, según dicen, resultaban imprescindibles: Pasqua sense ous -dice el refrán- com Nadal sense torrons.Hace unas décadas, en los pueblos, especialmente, la celebración de la Pascua no se reducía únicamente a la mona. Los labradores, generalmente, desayunaban ese mismo domingo con las llamadas panades, sangueta de corder e hígado. Con ello, como también dice el refrán, podían estar més contents que unes Pasqües. Pero nunca había de faltar la mona en sus diversas formas: redonda o con representaciones zoomórficas o caprichosas con figuras.

*Profesor