La apuesta por la transparencia y la participación como ejes centrales de la autonomía universitaria no es un simple añadido al núcleo duro de la gestión, sino el pilar básico para todo buen gobierno. La gestión deber ser tarea de los equipos de dirección, pero poco conseguirán sin la implicación de todos los estamentos, alumnado, profesorado y personal de administración, y sin la colaboración de un consejo social sin prejuicios, proactivo y alineado con los objetivos estratégicos de la universidad.

La responsabilidad social es la mejor forma de responder del servicio público que presta la universidad, porque nos dice, de forma clara y diáfana, cómo estamos logrando nuestro objetivo, qué estamos aportando a la sociedad, nuestros resultados en la enseñanza, la investigación y la transferencia de conocimiento. Que podamos generar confianza en la sociedad depende en gran parte de esta rendición de cuentas.

En nuestra universidad conseguimos dotarnos de instrumentos para una gestión ética que favorezca el buen gobierno: un código ético, una memoria de responsabilidad y una línea ética para alertas, sugerencias y denuncias. Herramientas tenemos, pero parece que nos falta voluntad para utilizarlas. Quizás no hemos sabido diferenciar bien entre lo importante y lo urgente. En un momento en que están aflorando las críticas por las malas prácticas de algunas universidades al servicio del poder político o del económico, es ineludible gestionar nuestra reputación. Mientras la sociedad tiene problemas graves que resolver, nosotros parece que solo tengamos cuartiles.

*Catedrático de Ética