El Ayuntamiento de Castellón cada año limpia muchos metros cuadrados de los grafitis (castellanizo el vocablo) esparcidos por las paredes de la ciudad, según leemos en un ya viejo artículo. Pero, paradójicamente, se está proyectando ahora un censo de muros precisamente para arbitrar espacios idóneos. Extremo este que ya se ensayó hace años. Esto significa que el grafiti, los grafiteros, están de actualidad, para bien o para mal. Basta ver algunos barrios de nuestra capital «adornados» por murales, de más o menos calidad artística: el Raval de la UJI, las paredes del Riu Sec, la zona de Sensal, las vías del tren, etc. En algunos aparece el «tag» --una especie de firma-- del supuesto autor o autora: ERIZO. Por otra parte, acertado resulta el MIAU de Fanzara, un museo al aire libre de especial atractivo.

Para unos, el grafiti es un acto vandálico, para otros constituye un arte urbano (street art); en el primer caso contiene una denuncia, ilegalidad perseguida por la institución; en el segundo, un atractivo visual de alto impacto. A veces es portador de mensajes implícitos difíciles de interpretar. Y, naturalmente, forma parte de la psicología de la comunicación. Pero, casi siempre, por razones obvias, el anonimato protege la autoría.

No obstante, si se halla un cauce regulador, pueden satisfacerse las funciones estéticas y de buen gusto sin perjudicar las económicas y sociales.

*Profesor