El ser humano ha sido definido en numerosas ocasiones y a lo largo de la historia según su supuesta esencia, su naturaleza o sus cualidades. Homo rationalis, sapiens, religiosus, symbolicus, ludens, loquens y otros epítetos, aludiendo a su racionalidad, su saber, sus creencias, su simbolismo, el juego, el habla, etc. En suma, un animal racional. Pero cuando sus «animaladas» sobrepasan ciertos límites entonces se convierte en un homo demens, sin más, mostrando ciertos ramalazos de locura, arribismo, narcisismo o maquiavelismo. Aparecen rasgos de egoísmo, afán de dominio, autoritarismo, delirios de grandeza, deseos de poder que parecen --al menos lo parecen-- desmentir o poner en entredicho aquellas propiedades para desembocar en una irracionalidad manifiesta. ¿O no? A veces es un conglomerado de cuestiones las que subyacen en estas reacciones. Y lo peor es que, en virtud de esa propiedad de homo loquens, hablador, es capaz de convencer a sus congéneres.

LA HISTORIA está plagada de ejemplos en todo el mundo. Unos le llaman dictadores --radicales o mitigados--, otros visionarios y alguno considera que es un salvador de la patria y actúa pensando en el bien de los demás y no en el suyo propio. De todo hay.

Preguntaba un periodista al presidente guineano Teodoro Obiang si él era un dictador y respondía con cierto sarcasmo y evidente simpleza: «Si el dictador es el que dicta las leyes… ¡sí, soy un dictador!» ¿Y qué leyes? ¡Averígüelo, Vargas!»

*Profesor