Allá por el año 2002 escribí en esta columna que teniendo Castellón muy buenas condiciones para el cultivo de la vid por clima, suelo, altitud y latitud, temperatura y humedad, y la posibilidad de cultivar diversas clases de vides, debería fomentarse la creación de bodegas de calidad. Que continuaran una tradición que ya existía en estas tierras desde los Fenicios y que dio lugar a caldos tan famosos como el Carlón.

Si bien desapareció en el siglo XX con la filoxera y la decisión europea de arrancar las vides híbridas, hoy renace con gran pujanza. La Indicación Geográfica Protegida (IGP) de Castellón es un sello vinícola de origen y calidad que agrupa los vinos de esta provincia. Es previa a la Denominación de Origen. Garantiza que las viñas están en la provincia de Castellón, que son cultivadas con buenas prácticas agrícolas, que el vino procede de esas viñas y está elaborado en una bodega local cumpliendo los parámetros sanitarios y químicos exigidos por la administración. Para obtenerla, los caldos deben haber superado una cata organoléptica realizada por expertos de prestigio, lo que nos asegura su calidad. Ampara tres zonas vitícolas: Alto Palancia-Alto Mijares, Sant Mateu y Useres-Vilafamés. Comprende 12 bodegas que elaboran aproximadamente 600.000 litros a través de más de 50 marcas, y creciendo a toda velocidad.

Además de ser un negocio que ojalá sea rentable para sus partícipes, salvaguarda el patrimonio cultural que supone la elaboración del vino. Ahora casi todos los vinos de Castellón que pruebo me gustan y... repito.

*Notario