Hace años retornó la familia de un amigo mío a esta ciudad, procedente de León, un niño que solo hablaba castellano. Le ocurrió, como también me pasó a mi durante la infancia, que apenas entendía el valenciano y, en su candidez, le decía a su madre: «Mamá, mamá no entiendo a la tía Paca: a la cama le llama llit y a la pierna le llama cama; ¿cómo habla?». El niño estaba hecho un lío, el cual (el lío) desapareció al poco tiempo de vivir aquí, naturalmente.

Viene esto a cuento de que el lío, y no por los idiomas, continúa provocando malentendidos, unos intencionadamente, otros casi por inercia y los más por ideología y prejuicios. El problema está en la interpretación. Hace una semana escasa estaba leyendo en estas páginas las noticias respecto a los tan cacareados presupuestos. Unos dicen que hemos salido mal parados en esta ciudad y provincia; otros, que es un avance social y debemos estar agradecidos. Pero, pregunto, ¿no es lo mismo el llit que la cama y la cama que la pierna? Pues no lo parece. Volvemos al adagio italiano: traduttore, traditore. «Las cosas son según el color del cristal con que se miran», decía el que un día fuera paisano nuestro, político y poeta, Campoamor. ¡Ay, Don Ramón, en qué líos nos meten!

Escuchando a unos y a otros se nos va la olla. Hay que ser muy cautos y objetivos. Por favor, no obliguen a la ciudadanía a dar un absurdo traspié.

*Profesor