Las teorías de la conspiración son divertidas. Suelen ser invenciones paranoicas. Por ejemplo, las redes sociales son un gran experimento social por el cual los que nos abrimos una cuenta le regalamos a no sé quien una información valiosísima sobre quienes somos, cuales son nuestros gustos de todo tipo (políticos, culturales, religiosos, sexuales…). Esta semana pasada recibí un correo electrónico automático en el que de forma inocente Google me informaba de todos los movimientos que yo había hecho día a día durante el mes de marzo. Se los está chivando mi teléfono móvil.

Es inocente. Incluso divertido. Tenemos todas nuestras fotos en la nube, y lo que es mejor: las tenemos georreferenciadas por GPS sobre dónde las tomamos. Son capaces de reconocer nuestra cara y la de nuestros amigos. Y toda esa información está dentro de una supermáquina que las gestiona y sirve para recomendarnos viajes baratos o la compra de ropa.

Hasta aquí se puede soportar. El problema es cuando esa información cae en manos de los malos y estos la utilizan para manipularnos sin que nos demos cuenta. Por ejemplo, cuando Facebook vende los datos a partidos políticos y las multinacionales para que nos hagan llegar los mensajes que estamos predispuestos a escuchar y nos los creamos a pies juntillas. Para hacernos tragar noticias falsas. Pero sobre todo para tenernos muy controlados a nosotros y nuestras opiniones. Facebook, el libro de las caras ya ha demostrado que su política de privacidad, que firmamos cuando abrimos una cuenta, es pura palabrería y un gran negocio.

*Abogado. Urbanista