Algunas veces por Whasapp te envían mensajes que dan que pensar. Sin ir más lejos quiero hablar de uno dedicado a glosar las características de una generación de mujeres: La de las que nacieron a finales de los 40 o principios de los 50 del pasado siglo. Las esposas de los que, casi, estamos frisando la setentena, las que dieron a luz a nuestros hijos, que me hacen recordar los versos de Campoamor: «Las hijas de aquellas que amé tanto,// hoy me besan en la cara, // como se besa a un santo».

Una generación que me atrevería a calificar de excepcional, puesto que fue la primera que se atrevió a hablar del sexo sin tabúes y a practicarlo sin falsos pudores; la minifalda fue una referencia de su afán liberal. La que tuvo el valor de trabajar sin desatender sus obligaciones domésticas, también fue la primera que logró convencer a sus parejas (me cuento entre ellas) en un pacto llevado con talento, dialéctica y recursos, de que la labor en esos menesteres del hogar era cosa de dos. No era un afán de enfrentarse al marido, muy por el contrario, era un afán dialéctico de que comprendiera los derechos iguales que ambos tenían en una iniciativa emancipadora. La primera que, desde las aulas universitarias en las que ya tuvieron una presencia abundante, supo luchar por un anhelo democrático en nuestro país. Una generación abnegada pero con criterio, lo que (con todos los respetos) no tuvieron sus madres y, mucho menos, sus abuelas… Las que … bueno, el domingo volví a ver Los puentes de Madison. No hay que decir más.

*Cronista oficial de Castellón