El pasado viernes, a partir de las 22.00 horas, se pudo ver en nuestras costas el fenómeno astronómico conocido como la luna de sangre, nombre que evoca las historias de vampiros.

Evidentemente, de eso nada. La prensa y la televisión se ocuparon de informar sobre este eclipse, el más largo del siglo XXI, por lo cual el público acudió a las orillas de las playas (incluso con mesas portátiles, sillas y vituallas) a presenciarlo. Cabe añadir que la ocultación del satélite de la tierra coincidió con la noche más brillante de Marte en los últimos años, en un efecto exclusivo de sus órbitas que no tienen relación de causa a efecto con el eclipse lunar. La realidad es que quienes esperaron ver un hecho prodigioso quedaron decepcionados. Es cierto que la luna enrojeció y que Marte tuvo un patente brillo a su derecha, pero no hubo nada de esplendoroso ni de deslumbrante. Razones, pues, aparte de la calima, las mismas que hacen que, en la actualidad, no se vean casi estrellas desde las ciudades por el grado de contaminación causada por la reflexión de la luz artificial en el aire que altera su calidad.

LA BUENA iluminación de las urbes también tiene inconvenientes, como el aumento del gasto energético y económico, amén de privarnos del romántico espectáculo que los que tenemos más de 70 años apreciamos en nuestra niñez aprendiendo a orientarnos por las noches, mirando al firmamento y reconociendo la Osa mayor y la Osa menor. En fin, parece que no pasa nada porque no veamos las estrellas. A mí me entristece mucho no verlas.

*Cronista oficial de Castellón