Hace ya muchos años conversando con un empresario insistía en que contaba con buenas directivas, pero que, en un momento dado, les daba por parir, terminando de esta forma su carrera. Pregunté por qué debía acabar así, tras recordarle antes que sin este sacrificio muchos no estaríamos ahora hablando.

Poco hemos avanzado desde entonces, incluso creo que hemos retrocedido. Esta semana hemos conocido un informe estremecedor sobre la relación entre jóvenes y género. Un 56% de los jóvenes defiende posiciones machistas y no percibe desigualdad alguna entre hombres y mujeres. No quieren ver los indicadores que, desde todos los frentes, nos hablan de la brecha salarial, de su superioridad en las listas del paro, de su dependencia conyugal. No hace falta mucha inteligencia para darse cuenta de que es la falta de recursos económicos y de políticas públicas de apoyo, la razón primera de nuestra paupérrima tasa de natalidad y, por supuesto, de la violencia de género.

No nacemos machistas, nos hacemos. Este sexismo es hoy reivindicado sin pudor por muchos partidos políticos y sigue siendo el masaje continuo en las redes y en los medios de comunicación. Dueños y señores, llaman adoctrinar a querer educar en la igualdad, porque saben que nada va a cambiar sin esta educación y sin que regulemos los medios que alimentan nuestros prejuicios. Quieren libertad, pero solo para mantener su desprecio. La desigualdad y el machismo son los mayores fracasos de nuestra democracia. Debe haber muchos que salen ganando al condenar a la mitad de la población a trabajar en precario. Piénsenlo un momento antes de ir a votar.

*Catedrático de Ética