El verdadero cambio hacia una democracia mejor y más justa no va a venir de los partidos, viejos o nuevos, sino de la sociedad civil, de una ciudadanía comprometida y participativa. Solo entonces reaccionarán los políticos. Para lograr esta auténtica revolución debemos concentrar nuestros esfuerzos en la escuela. Es allí donde se forman las emociones y los valores, donde aprendemos a convivir, a ser personas.

De ahí la importancia del sistema educativo y, en especial, de los maestros. Por eso para los partidos políticos sea la educación lo primero que quieren controlar -trece reformas educativas en nuestra joven democracia- y el desprestigio de los maestros una de sus actividades favoritas. Que si no se evalúan, que si no saben derivar o hablar bien inglés, que si certificados psicológicos, etc. Poco o nada se dice acerca del misérrimo presupuesto en educación, de la ausencia de una carrera profesional, de la falta de implicación de las familias, etc.

Piensen por un momento en qué hace falta para llegar a ser ministro. No parece requerir más que paciencia, buenas relaciones y cintura para sortear los golpes de la dedocracia. Sin embargo, para ser maestro hace falta formación, aprendizaje, capacitación y, lo más importante, una vocación sin la cual no hay magisterio posible. La etimología de las palabras esconde muchas veces una verdad que impide su perversión. El término maestro deriva de magister que significa “más que”, en referencia al que destaca o está por encima del resto por sus habilidades y conocimientos. Ministro, por el contrario, deriva de minister que significa “menos que”, refiriéndose al sirviente o subordinado, a quien apenas tiene competencias. Sin comentarios. H