Tengo varias amigas que se llaman Pilar, pero dos son en particular centro de mis afectos y, obviamente, el pasado sábado fiesta de la Virgen Capitana (como se la llama en la zarzuela Los de Aragón, en no pocas jotas y en una obra que escribiera Pemán allá por los años 50) las felicité aprovechando la coyuntura de una fiesta a la que ambas asistieron. Así que, como uno también tiene un 50% de sangre aragonesa no se cortó un pelo en «icirlas»: ¡«mañas, muchas felicidades»!

El vocablo maña, que me gusta por demás, por su lozano arrimo familiar, tiene un complejo origen al que quiero referirme. Creo, siguiendo a Pezzi, Viguera y Pita, que maño fue el calificativo que quedó entre los mudéjares del territorio para designarse entrañablemente entre ellos, en un árabe hispanizado. Más adelante, cuando la incorporación étnica y religiosa eliminó la discriminación, maño designó al hombre del pueblo, en general, conservando el carácter afectivo de hermandad que debió de tener en su primer momento. De hecho, el Manitú Corominas no acepta la rozagante procedencia de magnus y tampoco la que pudiera derivar de hermano de génesis latina.

Palabra sinónima (también zarzuelera y jotera por antonomasia) es baturro, procedente de bato que la RAE califica de hombre rústico, dado que el término se fragua, asimismo, en la jerga aragonesa en las zonas rurales. Y lo mejor es que ambas, en su labriega sinonimia, tienen aprecio, carácter, propiedad, fuerza, ley y talante, que cuaja bien con la forma de hablar vigorosa, brava y contundente de las gentes de Aragón.

*Cronista oficial de Castelló