Es lo que tenemos que mantener, si queremos obrar con raciocinio y no ser infelices. Es paz y tranquilidad que normalmente llega con los años. Lo contrario a la tensión, la ansiedad o la ira.

Cuando parece que todo va mal, tienes un shock negativo: la presión nos atenaza, el estrés nos ataca, la situación se complica mucho, las preocupaciones nos confunden y los nervios nos sobrepasan. Pero tú sigues siendo el mismo y tu cerebro sigue estando ahí. Perder la calma no es una opción, hay que estar tranquilo, y mantener la cabeza fría. Fácil no es, pero para conseguirlo hay técnicas. La básica es el tradicional antes de actuar, cuenta hasta diez, evita la impulsividad. Respira hondo, inspira profundamente y expulsa aire lentamente. Intenta concentrarte en otra cosa o vaciar la mente. Desfógate, haz actividad física, da un paseo, salta, baila, corre o golpea (algo inanimado). Lávate la cara con agua fría, esto disminuye la frecuencia cardiaca. Intenta tratarlo con humor, cree en ti mismo, puedes hacerlo. Si nuestro rostro se enrojece, subimos la voz, la boca se seca, se te tensan los músculos, el corazón galopa, se acelera la respiración. Eso es que vas a explotar.

Hay que concentrarse en sujetar los nervios, mostrar calma, en tener autocontrol. Da claridad de ideas, serenidad para analizar la situación y tomar las decisiones adecuadas o hacer las cosas bien y seguir adelante. La calma desarrolla el talento, enseña a pensar y repensar, a aceptar la realidad, a afrontar las adversidades. Con calma consigues más salud física y psicológica, una vida más plena, divertida y feliz.

*Notario