La mayoría silenciosa ya no es tan silenciosa. Ya no es invisible. Ya no pasa desapercibida. Y existir, pese a que los adalides de lo políticamente correcto y la tontería supina lo nieguen, existe.

La mayoría silenciosa está presente en todo el mundo. Desde Ohio hasta Singapur. Desde Cádiz hasta Estocolmo. Y está formada por una enorme cantidad de gente que está hasta los cojones de que los listos de turno le digan qué puede o no puede hacer. Qué debe o no debe decir. Qué se le torera pensar y qué no. Qué es políticamente correcto, y por la tanto válido, y qué no lo es. La mayoría silenciosa la forman millones de personas que, siendo libres o no, añoran poder decir lo que les venga en gana, sea o no políticamente correcto.

La gente de esa mayoría silenciosa no se pronuncia cuando es preguntada sobre a quién va a votar. Porque sabe que si dice lo que de verdad piensa será tildada de reaccionaria. Fascista. Inmovilista y mil cosas más. Esa gente guarda silencio y después, ante la urna, se libera. Y nos deja boquiabiertos.

Por eso Donald Trump ha ganado las recientes elecciones en Estados Unidos. Porque la mayoría silenciosa está ahí, muy presente. Frente a nuestros ojos. Y cuanto más es insultada por los que se creen en posesión de la verdad, más crece. Más se enfada. Más dura de pelar se vuelve y más sorpresas da en el campo electoral. H

*Escritor