Sin ninguna duda, las migraciones son fundamentalmente un asunto humanitario. La obligación de recoger a los náufragos se consagra en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La misma fuente del derecho que obliga a acoger a los refugiados políticos. Los tipos como Trump o Salvini lo consideran una simple demanda de lo que llaman «buenismo». Con esta mentalidad, ni Trump, ni su mujer, ni cientos de miles de compatriotas de Salvini serían hoy ciudadanos de Estados Unidos. Con ellos no se pude hablar de valores humanos. Hablemos de economía.

Occidente, más Europa que Estados Unidos, envejece. En parte por la prolongación de la esperanza de vida y en parte por la caída de la natalidad. La suma es una progresiva pérdida de población en edad de trabajar, un aumento de lo que antes se llamaban las clases pasivas.

Los barcos que llenan estos días el Mediterráneo huyen de la guerra y de la pobreza pero saben que se dirigen a un lugar donde les necesitan a pesar de que los Salvini de turno se nieguen a aceptarlo. El racismo es una inmoralidad pero también una irracionalidad económica. Si Europa no tuviera trabajos sin ocupar, los migrantes dejarían de venir. El efecto llamada no es por el Aquarius ni por las declaraciones de unos u otros. El efecto llamada es su pobreza y nuestra decadencia de la que solo ellos nos pueden salvar.

*Periodista