Cada vez es más frecuente que la gente se vista con ropa deportiva. El top es el chándal hortera que algunos han adoptado como uniforme, especialmente los presidiarios. Muchos se maquean totalmente como su ídolo deportivo al que tratan de imitar, quizás creen que así jugarán mejor o ligarán más, algo que probablemente, a su edad y con sus condiciones físicas y mentales, nunca conseguirán. Lo más extendido es correr o hacer gimnasia y, claro, no se cambian en el sitio idóneo, que son los vestuarios, sino que salen así de casa, lo que supone ver las calles llenas de gente vestida como si fuera a un mundial de atletismo. Lo único bueno son las chicas de buen ver con prendas ajustadas, pero estas son escasas. También hay: ciclistas con sus licras marcadas. Montañeros vestidos de alpinistas. Futbolistas de fin de semana, que acuden a los partidos con la camiseta de su equipo y algunos con unas cervezas de más. Los que lucen camisetas de básquet y con ellas toda su pelambrera corporal. Los vestidos de tenis desde un clásico blanco inmaculado a los modernos de indumentarias estrafalarias y coloridas.

Partiendo de la base que hacer deporte con responsabilidad es una muy buena actividad, cada cual debe hacerlo con arreglo a sus condiciones y con control. Todo ello subsumido en una industria del deporte que factura 620 mil millones de dólares y que muchas marcas y sus grandísimos presupuestos publicitarios la fomentan con entusiasmo. Cada cual se viste como quiere pero ir de esta guisa por la calle es muy poco estético, puede ser cómodo, pero elegante desde luego no es.

*Notario