El otro día releía Misión de la Universidad de José Ortega y Gasset en la excelente edición del profesor Santiago Fortuño. Es una lectura obligatoria para entender qué es y qué debería ser la universidad como servicio público. No solo anticipa los males que en la actualidad nos socavan, sino que presenta algunas soluciones que siguen siendo válidas para entender y valorar qué son y para qué sirven las universidades. Una reflexión necesaria si queremos prepararnos y estar altos de moral para enfrentarnos a los nuevos retos. De lo contrario, según sus palabras: «cuando el régimen normal de un hombre o de una institución es ficticio, brota de él una omnímoda desmoralización. A la postre se produce el envilecimiento, porque no es posible acomodarse a la falsificación de sí mismo sin haber perdido el respeto a sí propio». Por supuesto que el cometido de la universidad tiene que ver con la profesionalización y con la investigación, pero ambas tareas no son nada sin que profesionales y científicos sean capaces de vivir a la altura de los tiempos, andar con acierto en la selva de la vida, conocer la topografía de la sociedad en la que viven y a la que sirven. Y para ello hace falta la transmisión de la cultura, entendida por Ortega como el sistema vital de ideas que nos permite ver y entender el mundo que nos rodea.

Si queremos renovar nuestro compromiso social haríamos bien en recordar esta triple función y que el objetivo último de la universidad no es otro que intervenir en la actualidad o, como diríamos hoy, la transformación social. Esta es nuestra responsabilidad.

*Catedrático de Ética