El pasado domingo de ramos comenzó la Semana Santa, tiempo de especial fervor para los católicos y de cierto esparcimiento para todos. Es un tiempo en el que, al margen de la piedad devocional, se pueden llevar a cabo proyectos culturales, particularmente a contemplación de las piezas de imaginería que significan el conjunto de procesiones en toda la geografía ibérica.

En Castellón tenemos una obra de especial relieve, que pese a ser conocida no lo es en la medida en que debiera por su excepcional calidad artística. Me refiero a la imagen del Cristo Yacente o Santo Sepulcro que se venera en la capilla de la Purísima Sangre.

La leyenda muy pronto se adueñó de una escultura que tiene una humana agonía de honda expresividad, al extremo que se presupuso milagrosa su aparición en el hospital de Trullols en un habitáculo cerrado en el que pernoctaron tres peregrinos que la piedad popular pronto identificó como ángeles. La realidad es que no hay documentos que nos autentifiquen la autoría de la excepcional pieza. Dos grandes especialistas tuvieron controversias respecto a su adjudicación. El profesor Martín González encontraba, en su anatomía, herencias de las tallas de Gregorio Fernández y el doctor Garín y Ortiz de Taranco la retrotraía a la centuria anterior, pensando en el dramatismo de escultores como Juni, Becerra o Berruguete.

Es curioso cómo esta falta de atribución parece propiciar el misterio de su origen, acrecentando ese presunto romanticismo divino, del que siempre ha gozado en el fervor popular… El sábado está el Cristo Yacente expuesto a la veneración popular fuera de su caja; es una buena ocasión para contemplar la talla. H