Hay muchas costumbres electorales que hoy resultan viejunas y de dudosa eficacia, como la pegada de carteles, que solo sirve para ensuciar nuestras ciudades, o los mítines.

Son una especie de bolos de los que hay que hacer muchos en poco tiempo. Llega el líder al local correspondiente, se fotografía con los mandamases locales, con niños y con personas que enternecen: mujeres maltratadas, ancianos, personas con discapacidad o de razas minoritarias. El foro puede ser de diferentes tamaños y con diversa concurrencia, dependiendo del entusiasmo que genera el partido y las posibilidades de éxito que tenga, desde miles de personas en plazas de toros a pequeños locales de algún amiguete, con la asistencia de los militantes y sus familiares. Nunca faltan las banderitas de plástico de colores y con los logos del partido, que todos los presentes ondean con frenesí. El protagonista sube al estrado, todos aplauden y vitorean. Dice los cuatro tópicos de rigor, le interrumpen con más aplausos, que suelen estar montados por una clap organizada, y que van creciendo en entusiasmo a medida que el líder va gritando más, a veces hasta el histerismo. Al fin todos juntos saludan al estilo teatral. La verdad es que no vale para nada, que solo van los ya convencidos y que no generan ni un voto.

LOS VOTOS en la actualidad se consiguen de otra manera, como bien saben algunos asesores especialmente hábiles. El márketing, las redes sociales y la prensa amiga mandan. Hay mucha demagogia y poco respeto al ciudadano que en algunos casos, con su falta de interés y criterio propio se lo merece.

*Notario