Las nuevas matanzas perpetradas por el Daesh en Daca, Estambul y Bagdad han dejado más de 270 muertos; hombres, mujeres y niños inocentes asesinados de manera brutal e indiscriminada por asesinos fanáticos. La repulsa y condena de los principales gobiernos occidentales se ha repetido una vez más así como la respuesta de la sociedad, inundando de flores y velas las zonas en las que se han producido los atentados. Flores contra la muerte.

Es esta una guerra diferente a cuantas hemos conocido; sin embargo, al igual que en todas, la victoria está supeditada a identificar con claridad al enemigo, a conocerlo y descubrir sus puntos débiles y aquí Occidente está cometiendo un grave error: el enemigo principal no es el Daesh; somos nosotros mismos.

Y es que el buenismo imperante y la hipocresía generalizada que se han instaurado en las sociedades occidentales son las armas más mortíferas del Daesh, que, a diferencia de Occidente, sí ha identificado a su enemigo y ha descubierto su punto débil que está explotando a conciencia.

El combate principal, por tanto, no se libra en Irak o en Siria, se libra cada día en cada una de las ciudades del mundo libre en las que las células fanáticas de esta religión campan a sus anchas, amparadas por una permisividad hacia una religión anclada en la Edad Media.

La preciosista fantasía bautizada como Alianza de Civilizaciones es, a pesar nuestro, imposible de realizar por cuanto su existencia, tal y como afirma Henry Kamen, basada en el consenso y respeto común de valores y principios, se resquebraja ante el desprecio por parte de una religión a los derechos y libertades fundamentales del ser humano. H