Esta ideología impera en todas partes, impregnando todo lo que hacemos, todo lo que pensamos y todo lo que esperamos. Actúa de forma soterrada, nunca se nombra. Algunos partidos modernos hablan de liberalismo progresista. Pero no crean que solo afecta a los partidos de derecha. Hoy en día ha conseguido fabricar una forma de ver y comprender el mundo que ya es la nuestra. Y este es el origen de todos nuestros males, desde la desigualdad creciente hasta el desastre medioambiental.

Consiste, por decirlo fácil, en confundir la sociedad con el mercado, donde todo se compra y se vende, también las personas. En afirmar que la competencia es, y debe ser, la característica esencial de las relaciones humanas. Ya no somos ciudadanos, somos consumidores; no somos pacientes somos clientes. La sanidad y la educación deben ser un negocio, solo así serán eficientes. Si hay gente que no puede pagarlas es, sin duda, por su falta de iniciativa y poco esfuerzo. Las pensiones, otro tema igual. Haber ahorrado durante su vida laboral. Y si no ha tenido vida laboral, haber sido más emprendedor. Al igual que los ricos lo son por méritos propios, los pobres son culpables de su fracaso. Haber espabilado.

La libertad es la libertad del mercado, la eliminación de toda regulación, la privatización de todo derecho. Hay que liberarse de los impuestos, nada de redistribuir, nada de sacar a la gente de la pobreza. La desigualdad social y económica no solo es necesaria e inevitable, sino que es el factor de motivación más importante. Solo si hay desigualdad hay creatividad e innovación. Solo así la codicia puede funcionar como motor de progreso.

*Catedrático de Ética