Detrás de la puerta está todo. Lo que nos da miedo o tristeza, lo que araña las entrañas hasta que nos rabian. Es algo más que un espacio, es un estado. Habita la soledad, el aburrimiento, la humillación. Detrás de la puerta hay un mundo extraño. No hay risas ni cuentos tras ella. O sí, pero no pueden palparse. No acarician ni miran a los ojos ni felicitan ni reprochan. De hecho, ahí, tras esa puerta, nadie te mira.

Durante meses, cada tarde, miles de niños se enfrentan a esa puerta. En su mano, la llave. Cuidado, no la pierdas. Protección para los mayores. Desamparo para ellos. Porque el niño pobre es tan pobre que tiene lo que no tienen los otros. La llave de un reino de nada. La llave a unas horas sin el cuidado de un adulto, esos que solo trabajan y trabajan por un sueldo de miseria para sobrevivir.

LOS RECORTES achacados a la cacareada crisis se llevaron las clases de tarde de la ESO y ya no volvieron. Solo en los institutos públicos, claro. También se esfumaron los comedores escolares. Ahora, algunos funcionan gestionados por oenegés. Así, todos saben que ahí es donde comen los niños de la llave. Los que no tendrán nadie que les ayude con los deberes, los que miran tanto la tele o se pierden en internet, a veces descubriendo puertas aún peores. Son los niños que comen o no comen o se atiborran de galletas. No lo volveré a hacer, mamá. Y siempre caminan con la cabeza un poco más gacha, más humillada. Siempre con la puerta de la pobreza a cuestas. Aún más pesada en vacaciones.

*Periodista