He leído estos días la amenaza de guerra que se cierne sobre nuestro territorio: la guerra de los mosquitos. La llegada del temible mosquito tigre y del no menos temible portador del virus zika, del género Aedes, que provoca también el dengue. Se trata de especies invasoras, dípteros dañinos causantes de enfermedades. Hace muchos años --ya ha prescrito el efecto-- anduve por tierras centroamericanas y pude comprobar los estragos que en aquel momento un diminuto díptero de una longitud menor de diez milímetros causaba el dengue.

Pues bien, el solo anuncio de la amenaza me ha hecho recordar aquel refrán español tan conocido: “Guárdese del pobre el rico, pues no hay enemigo chico”. O el otro más conocido y breve: “No hay enemigo pequeño”. Que un bicho tan ridículamente exiguo sea capaz de asustar a la población me recuerda, asimismo, al gigantesco Goliat frente al diminuto David. En el último grado de la escala animal (el mundo de las bacterias y otros organismos) observamos, por lo que nos dicen, que seres microscópicos, invisibles, son capaces de derribar al altivo ser humano. ¡Que no somos nada, paisanos! Y menos mal que la ciencia, desde hace tiempo, trabaja en el mundo de la nanotecnología y ha puesto de relieve ese ámbito de lo pequeño, el universo Liliput. Así que, como decía un amigo, “no somos nada… y los pequeñitos menos”. Pero, “guárdese del pobre el rico…”. H