Es difícil localizar a mi amigo Miguel Blasco, porque es de los que está inmerso todo el día en múltiples actividades; de hecho el otro día en que pudimos sosegar el bochorno canicular y disfrutar del diálogo, tomando una cerveza muy fresquita en una terraza, le dije:

-«Xiquet, és que no pares en torreta».

Le hizo gracia mi expresión, que conocía muy bien, muy en particular porque hacía tiempo que no la escuchaba, siendo que en tiempos de nuestra infancia (de eso ya hace más de sesenta años) era de uso coloquial muy frecuente; de hecho él mismo era perfectamente sabedor de su origen.

En esta tierra nuestra, que hace un siglo era de principal labor agraria, había, de hecho aún la hay, una gran afición a la colombicultura, práctica heredada de la colonización islámica, sobre todo al procedimiento que se conoce como «la solta» en la que varios de los llamados «coloms paputs o butxons» tratan de encelar a una hembra.

Muchísimo más antigua, fue su domesticación para enviar mensajes. Al respecto cabe traer a colación, que los griegos usaban de palomas para informar de los vencedores de los juegos olímpicos. Estas carteras aladas descansaban de su viaje en torres, (la cifra pertenece a la «Historia natural», de Plinio) donde eran relevadas por otras. En consecuencia, aquella que menos se detenían en las postas de su circuito, eran las más apreciadas por su rapidez. Ello originó, desde el medievo, la frase vernácula de «no parar en torreta», es decir, estar en perenne vuelo, en sempiterno quehacer.

*Cronista oficia de Castellón