Hace unos días leía aquella frase latina tan manida que todo el mundo conoce: Post festum pestum, como que después de las fiestas viene la peste, la resaca o como quiera llamarse o incluso la blanca nieve que puso negros a los automovilistas. Y la verdad es que tantas fiestas seguidas pueden provocar un molesto empacho, criticado a posteriori, pero antes gozado.

Lo que he leído de un autor me ha parecido más que resaca, nostalgia de tiempos pretéritos --muy pretéritos--, tanto como de hablar de siglos o de, al menos, dos milenios. Me refiero a aquellas saturnales romanas coincidentes en el tiempo, más o menos, con nuestras navidades. El autor parecía añorar el grito de «Io, Saturnalia» --algo así como «felices saturnales»--, ensalzando los siete frenéticos días de duración en que, masivamente, la gente salía a la calle.

Es verdad que eran fiestas de total desenfreno, con regalos, relaciones sociales, etc., pero con significación diametralmente distinta. Uno siente nostalgia, tras las navidades, del tiempo transcurrido, de la familia reunida, del clima espiritual para el creyente, de los buenos deseos de paz y también de la añoranza de quienes están muy lejos de nosotros o ya han desaparecido físicamente. De eso, sí, pero de resucitar las saturnales uno no siente nada, salvo el recuerdo de la celebración que nos han contado. La tradición ha de ser coherente.

*Profesor