Cuando yo era joven casi todos los periódicos tenían una página, o al menos un espacio, dedicado a las notas de sociedad. ¿Qué eran esas notas de sociedad? Lo recordaré para las nuevas promociones de ciudadanos. Un espacio del diario dedicado a hacer saber que “la bellísima señorita” tal y cual se había “unido en santo matrimonio con el apuesto abogado...”.

Esta era la base de la información. Podían añadirse, por supuesto, los nombres de “sus señores padres”, y si era oportuno y no había ningún revuelo familiar se podía hacer constar, también, algún pariente nobiliario. Ah, y también había que citar a los “dignos abuelos”. Hay que admitir que la elección de los méritos que se hacían constar en las esquelas de una cierta categoría era alguna vez algo discutible. La referencia a la condición cultural del difunto no siempre suponía que fuera un ciudadano con inquietudes personales para las artes o las letras, pero es cierto que algunos señores dedicaron una parte de su capital a fundar instituciones. Probablemente ayudaron también a impulsar un clima de cultura abierto a unas tendencias creativas poco burguesas.

Por otra parte, lo que llamamos cultura no es exclusiva de una clase social. He conocido hijos de familias modestas que han construido una personalidad destacada de una clase social por su creatividad. El hecho indiscutible es que han desaparecido las notas de sociedad declaradamente elitistas. Hoy también hay clases y tópicos pero no se trata de apellidos, sino de la categoría de caras, pechos y piernas fotogénicas. De galanes atléticos. De miradas insinuantes. De nuevas categorías sociales. H