El otro día pude acercarme al yacimiento romano de Villamargo, en el que, lamentablemente, se aprecia cierto deterioro, dado que no se invierte nada en su conservación. Y mi buen amigo Miquel Blasco, que me acompañaba, me significó que la villa debió pertenecer a un personaje de envergadura. “Tal vez sí, --le respondí--, pero curiosamente no tenemos ningún hallazgo arqueológico o epigráfico que nos lo ratifique”.

Es más, le añadí que en Castellón capital, salvo una inscripción funeraria dedicada a Caius Fulvius Hibericus, hallada en la partida de Coscollosa y hoy conservada en el Museu de Belles Arts, no se conoce otra losa epigráfica que haga referencia a ninguno de sus primitivos habitantes.

Estos pudieran haber tenido la categoría senatorial, ecuestre o decuriata, así como el desempeño de un importante cargo funcionarial, en el largo periodo de dominio romano de la zona, a diferencia de lo que sí sucede en Onda, Mascarell, Viver, l’Alcora... y otras localidades de la provincia.

Así pues como Miquel perpetúa, con fuerte ligazón, su estirpe labradora, ello me permitió rematar mi comentario, expresado en lenguaje llano, significándole que la gran mayoría de nuestros antepasados de hace 2000 años se dedicaron a tirar de azada, a ciertas labores artesanas y poco más, debiendo haber muy pocos habitantes con importantes responsabilidades políticas. H