La frase con la que encabezamos esta columna, penúltima antes de vacaciones, fue pronunciada por Cicerón hace más de veinte siglos. Pero sigue vigente: «O tempora!, O mores!, ¡Oh, tiempos, oh costumbres!», deplorando la perfidia y la corrupción de su época. Más o menos como ahora. También Sócrates en boca de Platón se quejaba de la juventud de su tiempo en términos algo parecidos y duros. «Nuestra juventud --decía-- gusta del lujo y es maleducada. No hace caso de las autoridades y no tiene el mayor respeto por los de mayor edad». La cosa viene, pues, de lejos.

Hoy sorprende, y no ya solo por los jóvenes, el lenguaje y los razonamientos -a veces irracionalismos e incoherencias-- por parte de los mayores. Se ha perdido el respeto al auditorio, a la palabra empeñada. Es como deshojar la margarita: sí, no, sí, no… ¿Dejar en manos del azar las decisiones? Ejemplos de actualidad lo muestran. Hemos llegado a la Luna (una odisea impresionante y fascinante), y allí ha quedado la huella de nuestra presencia, pero resta por civilizar la Tierra, aquí donde venimos obligados a convivir.

Es posible que hay razones del corazón que la razón no entiende, como decía Pascal. Pero ello no es motivo de tamaña disensión, más en los asuntos públicos, que son eso, públicos, conciernen a todos y no solo a unos cuantos. Pensar en global dirían los ecologistas. A buen entendedor… O tempora! O mores!

*Profesor