Hace unos días tuve el honor de departir un buen rato con el entrañable amigo Lluís Gimeno, reconocido filólogo, y empezamos la casa por los cimientos, no por el tejado. Disfrutamos recordando «cosas antiguas» de nuestra cultura popular, objetos perdidos, más ahora cuando la Real Academia Española (RAE) «monta» un banco de palabras obsoletas. Luego, ya en casa, rememoré la sustancial conversación y, en mi intimidad, disfruté.

Una de las cosas de las que hablamos, nada trascendental, pero sí curiosa, fue el papel desempeñado por instrumentos u objetos tan útiles y cotidianos en otras épocas como la escoba; sí, la escoba, han leído bien. Y no vean ustedes la metafísica que encierra.

COMO SABEN, la escoba es el medio ancestral de transporte de las brujas. Porque, ¿qué sería una bruja sin escoba…? Un vulgar peatón. Llegaría tarde al aquelarre.

Pero también la escoba es un medio disuasorio para evitar la entrada en la casa. Basta con colocarla detrás de la puerta con el mango hacia abajo; la bruja se alejará. Y de la misma manera ahuyentaremos a la visita inoportuna que nos impide conciliar el sueño. Tampoco se debe barrer por la noche, pues es el momento en que los espíritus vagan en la oscuridad y les molesta el polvillo que se desprende, aparte de que, sin pretenderlo, podríamos dañarlos con el mango.

Pero, no me hagan caso: esto es el pasado, ahora no hay brujas ni escobas. Son objetos perdidos.

Hay, eso sí, sucedáneos.

*Profesor