Unos, tostados por el sol, otros y otras pálidos por la sombra, han regresado a la cotidianidad, pasando del ocio de las vacaciones a lo que, en términos filosóficos, llamaríamos neg-ocio, vamos, trabajo. Ahora estamos en periodo de adaptación a la normalidad, tarea no fácil cuando aún la canícula hace estragos y no invita mucho al trabajo.

El ocio no es un tiempo o el simple hecho de dejar la labor cotidiana, de inactividad, sino también un estado mental y una manera de vivir este tiempo. Una vivencia por medio del deporte, de la recreación, de la cultura y de eso que, en términos genéricos, denominamos ahora turismo. El turismo visto desde la perspectiva del ocio o, si se quiere, una industria social en la que se compran y venden experiencias. Vivir las vacaciones (y no solo pasarlas, como se decía antes) es encontrar esa dimensión lúdica, creativa, festiva, incluso ecológica y solidaria. Bien lo decían los griegos al disponer del ocio para dedicarse a la actividad intelectual y contemplativa, a la reflexión, otra forma, aunque distinta del neg-ocio, del trabajo manual y no contrapuesta, sino complementaria. Para un filósofo moderno, Pieper, el ocio es el fundamento de la cultura. Pero también se pregunta si puede agotarse el mundo del hombre en el «mundo del trabajo». Una buena pregunta ahora que, con el término de las vacaciones, reincidimos en la tarea laboral.

*Profesor