Ignoro si, específicamente, se dispone de alguna ordenanza municipal para aves canoras. No creo, entre otras razones, porque la voz melodiosa del ave es digna de escucharse con deleite. Otra cosa es que la cuestión trate de aves, cuyo chillido irritante, a veces, molesto, casi siempre, interrumpe el descanso doméstico de los vecinos.

Esta voz desgarrada y desagradable --y no canora-- es la que desde hace casi un mes se ha instalado en una terraza frente a la vivienda de un amigo mío. Su registro, me dice, es asombroso y penetrante cuando comienza a garrir. Es un loro típico. Pero un loro cuyas modalidades sonoras son múltiples; ahora, dice mi amigo, ha aprendido a decir “papi”, aunque su padre debe estar muy lejos para oírlo, pero él sigue llamándole una y otra vez. Luego, silba con dos o tres tonos brillantes y desabridos. Y esto durante todo el día, pero, especialmente, a la hora de la siesta. No es un aguafiestas, me dice, es un “aguasiestas”.

Por la noche su dueño lo cubre con un trapo y calla. ¡Menos mal! Pero entonces toman el relevo las voces de noctámbulos de un pub (justamente debajo de su balcón), que suenan en la calle hasta las cuatro de la madrugada, diariamente, salvo excepciones, con molesta intensidad. Mi amigo está desesperado.

Y no pide una ordenanza específica, pero sí una cierta cautela para loros “aguasiestas” y noctámbulos vocingleros. Yo creo que tiene razón. H