Conversar con el padre Ángel (Mieres, 1937) es hablar de la solidaridad, del optimismo, del buen hacer y la paz. Después de más de 50 años al servicio de los demás, dice estar cada vez más ilusionado con el sueño cumplido de tener una parroquia abierta las 24 horas para acoger a personas sin hogar. Su popularidad, lejos de ser un lastre, se ha traducido en muestras de afecto que le hacen llegar espontáneamente. «Cuando te piden que les bendigas, te dan la mano o el simple hecho que seamos capaces de besarnos y abrazarnos es todo un privilegio», afirmó ayer el asturiano, minutos antes de participar en el ciclo de charlas-coloquio En primera persona de la Fundación Caixa Castelló.

El párroco hizo una reflexión sobre cómo hoy en día el mundo es mucho mejor de lo que era hace 200 años, 50, e incluso hace 20. No obstante, y a pesar de todos los progresos realizados y alcanzados, el padre Ángel planteó muchos ámbitos en los que hay que trabajar, sobre todo, en cuestiones clave como la inmigración, la pobreza extrema, la violencia de género o la homofobia. «Quizá un mundo perfecto es imposible porque estamos hechos de carne y huesos, pero nunca ha habido tanta solidaridad como hay ahora», apuntó sin restar responsabilidad a los políticos de hoy en día. «También son mucho mejor que los que hace cincuenta años. Hoy en día se les valora por la lealtad y la honradez y es difícil encontrar un político que no quiera un bienestar social, pensiones mejores, viviendas dignas... Es verdad que a veces no lo cumplen, y cuando no lo cumplen, lo que tenemos que hacer es echarles hacia su casa», aseveró. Se define como un párroco de la primera cristiandad, «de ese Jesús de Nazaret de hace ya casi dos mil años que abría los brazos a todos y no ponía dificultades. La iglesia de San Antón es una iglesia abierta a todos donde no se pregunta nada, y yo me siento feliz así», concluyó ayer el cura.

El padre Ángel es fundador de la oenegé Mensajeros de la Paz. Su incansable labor a favor de colectivos sociales en riesgo de exclusión ha sido merecedora del Príncipe de Asturias de la Concordia en 1994. Su labor filantrópica se inició en 1962 tras una visita al Orfanato de Oviedo y, en Madrid, desde su parroquia de San Antón, ha emprendido diversas iniciativas solidarias.

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