Anda revuelto estos días el problema de la Filosofía en la educación. Dimes y diretes entre estudiantes y profesores, especialmente. Nuestra sociedad actual es muy pragmática y a las preguntas suele responder con el manido «¿para qué sirve?». Y, como decía Ortega que la claridad es la cortesía del filósofo, él mismo planteaba aquello de que «lo vergonzoso no es ignorar una cosa; lo vergonzoso es no querer saberla, resistirse a averiguar algo cuando la ocasión se ofrece». Desde el siglo VI a. de C. andamos filosofando y ahora algunos se preguntan qué es el filosofar y para qué sirve conocer la historia de la filosofía.

Saber qué pensaban -y piensan-- unos pensadores privilegiados de la humanidad para una mejor comprensión del mundo, de la vida y de la ciencia, no tiene precio. La historia de esos filósofos tenía, y tiene, como meta formar al ser humano en su integridad, en cuyo propósito se cometieron errores, es cierto, pero generaron actitudes positivas para hacer frente a los retos de un mundo al que la filosofía prestó las bases que la tecnología aprovecharía. La reflexión filosófica no está divorciada de la realidad: hay una filosofía de la vida cotidiana que concierne a todos.

He aquí algunas cuestiones esenciales: problemas de la existencia, racionalidad, conocimiento, verdad, ética, creencias, valores, Dios… Pensar o no pensar, esa es la pregunta.

*Profesor