Quienes me conocen saben de mi impenitente afición a la música que, según dice mi familia, es obsesiva, singularmente en el campo de la ópera. Vamos al grano: el sábado día 11 de febrero actúa en Valencia el gran tenor mexicano Juan Diego Flórez, audición que esperaba con ilusionada fruición. Pues bien. Mi gozo en un pozo. Ayer, me dice mi hija Helena que ese fin de semana viene con su esposo y sus hijos a Castellón. De repente, todo mi interés por el concierto se desvaneció, siendo sustituido por el deseo de ver a mis nietos. Y es que la condición de abuelo, se superpone, al menos en mi caso, a cualquier otro placer de los que puede ofrecer la vida en este periodo de la senectud. Impensable.

Los nietos son una fuente de entusiasmo, en una etapa sentimental de la vida de los abuelos porque estimulan el placer de mimarlos. Nadie más consigue que este abuelo trajeado acabe jugando en el suelo, ni que derrame lágrimas de alegría al ver a los niños dormirse al compás de la narración de un cuento, del mismo modo que mi mujer irradia felicidad cuando su nieta juega con ella con las piezas de bisutería. Unas satisfacciones distintas, nuevas, repletas de ternura... inimaginables para mí hace nueve años, en las que coincidimos quienes disfrutamos de nietos. Razón tiene el viejo refrán rural: «Los árboles más viejos, dan los frutos más dulces».

*Cronista oficial de Castellón